Claro, que te echo de menos, pero no a ese capullo que me
hizo llorar, echo de menos al imbécil que me hacia reír, a ese que me regalo
una estrella aquella noche tumbados en un banco, borrachos de felicidad, al que
con un sencillo, y simple te quiero, hacía que las mariposas arrasaran con mi
estómago. A ese al que creía aún cuando todo el mundo me decía que no lo
hiciese, a ese que le daba brillo a mi mirada, al que me hizo encontrarme
después de estar tanto tiempo perdida, el que me decía mil veces lo guapa que
estaba. Echo de menos a ese idiota con mentalidad de un crío de ocho años, él
que me abrazo aquella noche mientras las lágrimas surcaban por mis mejillas.
Ese, el que me hacia reír hasta cuando el mundo parecía derrumbarse por
completo, el que era tan especial, el que era tan despreocupado del mundo que
nunca se tomó nada en serio... ni siquiera a mí.

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